martes, 30 de julio de 2013
Hasta dónde contar
lunes, 29 de julio de 2013
Tratamientos de fertilidad... y algo más
domingo, 28 de julio de 2013
Cacerías
miércoles, 29 de mayo de 2013
Señoría Coscubiela
“Con pesar le he dicho a periodista joven: "Que duro, estudiar Ciencias de la Información para que Jefe te envíe a preguntar sobre gintónics"
lunes, 22 de abril de 2013
La decisión de Manolo Saco
lunes, 8 de abril de 2013
La potentada Barkos y el emporio Euskalerria Irratia
domingo, 7 de abril de 2013
Más sobre la inocencia según Bruckner
El infantilismo combina una exigencia de seguridad con una avidez sin límites y se manifiesta en el deseo de ser sustentado sin verse sometido a la más mínima obligación. Si se impone con tanta fuerza, si tiñe el conjunto de nuestras vidas con su tonalidad particular, es porque dispone en nuestras sociedades de dos aliados objetivos que lo alimentan y lo segregan continuamente, el consumismo y la diversión, fundamentados ambos sobre el principio de la sorpresa permanente y de la satisfacción ilimitada.
En cuanto a la victimización, es esa tendencia del ciudadano mimado del «paraíso capitalista» a concebirse según el modelo de los pueblos perseguidos, sobre todo en una época en la que la crisis mina nuestra confianza en las bondades del sistema.
[El infantilismo y la victimación] consagran no obstante esa paradoja del individuo contemporáneo pendiente hasta la exageración de su independencia pero que al mismo tiempo reclama cuidados y asistencia, que combina la doble figura del disidente y del bebé y habla el doble lenguaje del no conformismo y de la exigencia insaciable. Y así como el niño, por su débil constitución, dispone de unos derechos que perderá al crecer, la víctima, por su sufrimiento, merece consuelo y compensación. Hacerse el niño cuando se es adulto, el necesitado cuando se es próspero, es en ambos casos buscar ventajas inmerecidas, colocar a los demás en estado de deudores respecto a uno mismo.
Se usurpa entonces el lugar de los auténticos desheredados. Y éstos no reclaman derogaciones ni prerrogativas, sino sencillamente el derecho a ser hombres y mujeres como los demás. En eso estriba toda la diferencia. Los pseudodesesperados quieren distinguirse, reclaman favores para no ser confundidos con la humanidad corriente; los otros reclaman justicia para convertirse sencillamente en humanos. Por eso mismo hay tantos criminales que se ponen la máscara del torturado con el fin de perpetrar sus crímenes con la absoluta buena conciencia de ser unos canallas inocentes.
La izquierda histórica (que hay que distinguir de los partidos que se reivindican como tal), heredera del mensaje evangélico, ha conseguido imponer al conjunto del mundo político el punto de vista de los desfavorecidos; pero con demasiada frecuencia se ha estrellado en el amanecer posrevolucionario, en la transformación ineludible del antiguo explotado en nuevo explotador. Movimientos de liberación, sublevaciones, levantamientos populares, luchas nacionales, todos parecen condenados al despotismo, a la reproducción de la iniquidad. ¿Para qué sublevarse si es para repetir lo peor? Tal es la dificultad: ¿cómo seguir acudiendo en ayuda de los dominados sin ceder ante los impostores de todo tipo que se apropian del discurso victimista?
lunes, 1 de abril de 2013
Adiós, sueño islandés
viernes, 29 de marzo de 2013
Confundido
jueves, 28 de marzo de 2013
A vueltas con el escrache
sábado, 25 de febrero de 2012
Una lágrima por Público
Evito la tentación de la loa fúnebre grandilocuente. Soy demasiado escéptico para tragarme que la pérdida de otro periódico más, aunque sea uno que yo quería con toda mi alma, vaya a suponer no sé qué desgarrón irreparable a la pluralidad y la libertad de expresión. Con o sin Público, hace ya mucho tiempo que no existían ni la una ni la otra sino como entelequias o proclamas voluntaristas.
El milagro es haber durado tanto cabalgando en dirección contraria. Según las leyes de la física y el manual de uso de este diabólico toro mecánico que es el periodismo actual, deberíamos habernos dejado los morros en el suelo en la primera curva. ¿Qué exceso de atrevimiento era ese de tratar de mostrar los trozos prohibidos de la realidad oficial o de prestar a voz a toda suerte de perroflautas, desconformes, tocapelotas y disidentes incluso de sí mismos? Hasta ahí podíamos llegar. De hecho, hasta ahí hemos llegado.
Como en la canción de Silvio, las causas nos fueron cercando y el azar se nos ha ido enredando. Ya no estamos en el kiosco. Capri, c'est fini. Duele, claro que duele, pero las higiénicas y balsámicas lágrimas de pena y de rabia no pueden hacernos olvidar que, en el fondo de cada uno de nosotros mismos, sabíamos que esto podía terminar exactamente así.
Hagamos caso a Kavafis: no digamos que fue un sueño. Aunque ya no podré hojearlo, guardaré un recuerdo absolutamente real de un periódico que me gustaba —ahí va otra paradoja— justamente porque no me gustaba ni siempre ni todo. Uno, que huye de las adhesiones inquebrantables como del cólera, disfrutaba una enormidad pasando las páginas de lo que jamás quiso ser un catecismo. Y si lo quiso, no lo consiguió, simplemente porque quienes lo hacían eran —¡son!— personas maravillosamente diferentes. No tengo que decir que es a esa gente a quien dedico estas líneas... y cada una de las que han llevado mi firma durante estos años. Para los que tuvisteis la paciencia de leerlas desde el otro lado, mi gratitud infinita y un abrazo inevitablemente emocionado.
sábado, 9 de abril de 2011
Bye, bye, Spotify

Conté mi pequeño fogonazo en Twitter, más que para informar urbi et orbi de lo inquebrantable de mis principios, para comentárselo a mi primo Mikel Iturria, que también había arrugado la nariz. Y ahí lo dejé, porque me aguardaba un programa por hacer... con las ganas que se tienen un viernes canicular. A la vuelta -ya de madrugada, tras un gintonic balsámico en compañía de mi espía favorita- me encontré que la cosa había llegado a El País, con nuestros nombres y el respectivo enlace a las piadas. La mía, con una falta de ortografía que me hace sonrojar. Nada que objetar; al contrario, muy honrado por la mención y agradecido a Rosa Jiménez Cano.
El TL daba testimonio de la repercusión con aplausos, retweets neutrales y, cómo no, dos o tres ultracatólicos que venían a sugerir que arderíamos en el infierno. Uno se vanagloriaba de haber conseguido siete suscripciones premium. Venía el tipo a restregármelas, como si yo fuera el adalid de una campaña inexistente contra Spotify. Le contesté que era muy libre de suscribirse y le pedí que respetara que yo me hubiera borrado. Pues ahí que siguió el individuo un rato tocando las narices. Me acordé de una teoría de Mikel: Twitter es como un bar. Uno llega, ve qué se cuece, y se apunta o no al grupete de colegas que anden en ese momento acodados en la barra. De tanto en tanto, aparece un buscabocas, que generalmente no tiene media hostia, y lo mejor es sonreír y, como ha sido el caso, contar el episodio en un post. En el mismo viaje, se quitan las telarañas al blog (este lo tengo muy abandonado) y se pasa un rato entretenido frente al teclado.
Beneficio para todos, incluido Spotify, que repetirá el milagro de los panes y los peces. Por cada uno que nos vayamos, acogerá cuarenta nuevas almas pagadoras que se derretirán escuchando El pescador de hombres o cualquier otro de esos hits de guitarra sobre falda de tablas. El Señor también escribe derecho en la banda ancha torcida.
domingo, 20 de marzo de 2011
El Mundo en Orbyt, un cagarro

El Mundo en Orbyt sale por 15. Sigue siendo caro para la media, pero servidor, que lo necesita por cuestiones laborales, pasa por el aro y es suscriptor desde el mismo nacimiento del juguetito. ¿Suscriptor? He debido escribir sufridor. Cada mañana tengo asegurados dos o tres berrinches gracias al quieroynopuedo de Pedro Jota. Cuando no le da por no reconocerte como usuario, te manda a una página de imposible salida, se empeña en no cargarse (las dos últimas semanas han sido un horror en esto), se queda tonta la ventana de la versión en texto plano o te putea de la forma que se le ocurra. ¿Y dónde protestas? Llame usted a un 902 dejando su pasta y su tiempo para quedarse igual. Escriba un email que le contestarán (a lo mejor) diciendo que eso que les dice no puede ser. Patalee en Twitter para que un boot le pida que le explique el problema por un DM que se va a la papelera...
Un cagarro. Y eso, siendo muy generoso. Lo pongo aquí, negro sobre blanco, por si mi experiencia puede disuadir a alguna otra alma cándida de enredarse en los tirantes digitales del Radolph Hearst de Logroño. Mucho ruido, somos superavanzados, blablabla, te dejamos oler el Marca (¡Hala, Madrizzz!) y Telva... y, a la hora de la verdad, ninguna nuez. Como tantas veces, nos venden una tecnología que no tienen desarrollada. Si ese es el futuro de la prensa de pago por internet, que venga Steve Jobs y lo vea...
¡Ah! Y con dos narices, además de pagar, ahora te calzan un pantallazo publicitario como recibimiento, igualico igualico que cualquier periódico de los que todavía leemos gratis...
domingo, 23 de enero de 2011
Obsolescencia programada... y consentida
Hace un par de semanas, La 2 de RTVE emitió este documental que prueba lo que todos hemos pensado muchas veces: la vida útil de los productos que nos ofrece la industria está medida casi al milímetro. Me pasó no hace mucho con mi coche. Veinte días después de vencer la garantía, tuvo un avería que me mordió mil doscientos euros. Tendré que decir que fue una suerte, pues aunque carísima, la reparación era posible. Cámaras digitales, teléfonos móviles, ordenadores, impresoras... suelen correr peor suerte: sale más caro el arreglo que comprar un artilugio nuevo. He perdido la cuenta de las veces que me ha pasado.
Sí, todos somos o hemos sido víctimas de la obsolescencia programada a la que alude el título del documental. Culpable número uno, la industria, pero... ¿No hay más cajones en el pódium? ¿No es también culpa nuestra? Me resultó muy curioso que la noche que lo emitieron, Twitter bulliera de recomendaciones para verlo y notas sobre su contenido: "No os lo perdáis", "Así nos engañan", "Son unos ladrones"... La cosa es que la red social del pajarito es muy indiscreta. Bajo los mensajes, suele chivar el programa e incluso el cachivache empleado para remitirlos. No pocos Iphones fueron delatados. Muy curioso, que una de las firmas que, según vimos, aplica a rajatabla lo de la vida corta y limitada sin posibilidad de reparación es la de la manzanita mordida que fabrica esos aparatos, por demás, de tecnología férreamente restringida.
domingo, 2 de enero de 2011
No habrá humo, eso es todo

En los bares va a ocurrir exactamente lo mismo. La docilidad humana tiene también su parte positiva. Se escuchará refunfuñar a alguno con dientes y dedos amarillos y habrá, tal vez, quien reduzca el tiempo que emplea para tomarse un café, urgido por la necesidad de nicotina. Y poco más. No me extrañaría que los hosteleros descubrieran con sorpresa que los pintxos desaparecen con mayor celeridad de las barras. Ningún drama a la vista. Pero tampoco ninguna comedia romántica. Vayan buscando los no adictos al trujas otros culpables de su insatisfacción. Quizá al principio se sientan victoriosos, pero no tardarán demasiado en encontrar otra cuita que les aflija. El tabaco es la causa de infinidad de males, pero no de todos.
sábado, 25 de diciembre de 2010
No disparen sobre los artistas

Ya dije que la ley de marras me parecía una aberración y tengo también escrito que el canon es un atraco. Pero me repatea el hígado que las causas justas den cobijo a los más jetas y brutos del barrio, esos que en su puñetera vida han tenido una idea propia y por eso mismo creen que las de los demás les pertenecen sí o sí. Y peor todavía los gurús que blindan sus ideas al tiempo que claman por el derecho de usufructo de las de los demás. Habrá que reconocerles, eso sí, su capacidad de aborregar... ¡justamente a los que van por el mundo presumiendo de no dejarse aborregar!
Me gusta equivocarme solo, y seguramente en esto también lo estaré, pero mientras nadie me traiga argumentos en lugar de mantras, seguiré señalando todos los gatos encerrados que crea ver. Ahí va otro, y de los gordos: ¿Nos creemos en serio que esas webs de descargas están alimentadas por altruistas socializadores de la cultura? ¿Por qué, entonces, están hasta las cartolas de banners, muchos de ellos engañosos o directamente delictivos? ¿Por qué nos piden que nos registremos para, cinco minutos después, tener el correo podrido de spam? ¿Por qué me ofrecen una descarga de mejor calidad a través de un código obtenido por un SMS de los de a millón? Nos jode mucho que nos tanguen las majors, pero a esta panda de listillos los dejamos que nos chuleen a modo y, de regalo, los glorificamos como campeones de la libertad. No me cuadra.
Copiar no es robar. Según y cómo, digo yo. A mi me parece de un rostro marmóreo lo que le ha hecho la editorial Santillana a mi querida editora suicida Jaio. Sin embargo, si aplicamos la dichosa cantinela, resulta que la actuación del emporio ha sido digna de aplauso, puesto que ha contribuido a una mayor difusión de la idea original. Algo chirría, ¿no?
Termino porque si no, me eternizo. Sólo quería reclamar un poco de respeto para la creación. No todos los artistas son Alejandro Sanz, Ramoncín o Javier Bardem. La inmensa mayoría ni siquiera vive de sus creaciones. De entre los que lo intentan, no son pocos los que rascan mil euros al mes. Ahí incluyo a varios con nombre conocido, bastantes de nuestro entorno, que cuando se mueran tendrán que soportar, encima, que les hagan necrológicas de saldo quienes los despreciaron mientras aún respiraban.
miércoles, 8 de diciembre de 2010
Wikileaks: pido sopitas

Sí, ya sé que hace unos días me atreví a echar mi tercio a espadas sobre la cosa, y me consta que no anduve muy fino, porque muchos interpretaron que estaba haciendo una crítica feroz, cuando sólo pretendía inventariar un puñado de cuestiones que no me cuadraban. Mencioné, sobre todo, los peligros de la sobreinformación y el hecho de que buena parte de lo que iba saliendo eran cosas sabidas de sobra, imaginables o -por lo menos, en apariencia- sin gran importancia. Luego, en el implacable goteo cayeron revelaciones de más miga. Anótese en el haber de los filtradores.
Aunque lo obvié en la columna de hace semana y pico, uno de los motivos de mi escaso entusiasmo era que el tal Julian Assange no me despertaba ninguna simpatía. Cuestión de estómago; nada racional, meditado, ni argumentable. Había -hay- algo en él que no me gustaba, sentimiento que creí confirmado al saber que se le acusaba de haber cometido un par de delitos sexuales. La duda no es en este caso un beneficio, sino lo contrario, y siempre estará ahí.
Pero claro... Luego veo que firmas que comerciarían con sus madres -Visa, Mastercard y PayPal, de momento- renuncian a las comisiones que les podrían venir vía Wikileaks, y el gato encerrado se me hace pantera. Algo tendrá el agua cuando la maldicen justamente esa tripleta de chupadores de sangre. ¿O no?
lunes, 22 de noviembre de 2010
Influyentes

Nada que objetar. Hace tiempo que despacho con una amplia sonrisa que pretende ser una patada a los novicios de esta secta. Me moriría de vergüenza y de asco hacia mi mismo si algún día descubriera que albergo la menor intención de influir en los demás con lo que garrapateo aquí o allá. Mientras, de lo que muero, aunque sea sólo un poco y como recurso semilírico, es de la pena de ver que algunas de las personas que creía tenían querencia por la cuneta, en realidad prefieren ir por el medio de la avenida siguiendo a flautistas de Hamelín con corbata.
domingo, 14 de noviembre de 2010
Anónimos (y tontos)

He estado repasando varias clasificaciones de tontos, y en ninguna he encontrado una de las categorías que, gracias a internet, ha crecido exponencialmente en los últimos tiempos: los anónimos. Bien mirado, tal vez ya estén recogidos en esas taxonomías como "tontos que se creen muy listos", "tontos sin esperanza de redención" o, en terminología de mi primo Jiménez Losantos, "tontos con cinco enes", es decir "tonnnnntos".
Cualquiera que tenga un blog o escriba para algún medio digital que admita comentarios sabe a qué tipo de infraseres me refiero. Mejor dicho, a qué tipos, en plural, porque incluso cabiendo en la caracterización general de cagarrutas humanas, son subdivisibles en varias calañas, atendiendo al modus operandi, la procedencia, la motivación o la (falta de) calidad literaria de sus deposiciones. La gama de oligofrénicos va desde el esputo cósmico conocido que cara a cara te hace genuflexiones al aprendiz de John Hinckley que te toma por su Jodie Foster a la inversa y convierte en bilis hasta la última preposición que escribes. Los hay también, reconozcámoslo, simpáticos, como uno que cada día me escribía en el blog de Público "¿Ya te has sacado el vachiller [sic]?" Y también tiene su puntito uno que, bajo nicks de parvulario, me deja en la bitácora de Deia mensajes de amor del pelo "Eres un hijoputa" o "Qué feo sales en la foto, cabrón", hecho cierto, por otra parte.
Como la tecnología aún no se ha desarrollado lo suficiente como para devolver a los anónimos una descarga de mil watios en sus partes cada vez que se te amorran al panel de control, no queda otra que la moderación. La de comentarios, claro. Y, por supuesto, la resignación. Ya veréis (en realidad no, porque los borraré antes) cómo esta misma entrada hace que pique más de uno.