Nadie ha sabido explicarme ni yo he
sido capaz de descubrir qué meridiano separa el interés humano del
morbo zafio y ramplón. ¿Dónde acaba lo que es razonable querer
conocer y dónde comienza la curiosidad malsana, el cotilleo
indecente, la invasión procaz de la intimidad ajena? Nombre (¿Con
uno, dos apellidos? ¿Oculto tras unas iniciales?), edad, profesión,
procedencia (¿Siempre?)... A primera vista, es lo obvio, lo básico,
lo imprescindible. Con menos no dices nada, y aun así ya habría
quien podría porfiar que has dicho más de la cuenta. Seguir
avanzando es, con alta probabilidad, transitar por donde no se tiene
permiso: qué le había traído al lugar que le hizo dejar de ser
anónimo o anónima, quién lo (la) acompañaba, quién lo (la)
esperaba, de quién se había despedido. Y su aspecto, claro, que
vivimos en la era de la imagen. Hoy, además, eso es muy fácil
porque cuando no sospechamos que algún día hablarán de nosotros (y
no por algo bueno), vamos dejando pelos, señales... y por supuesto,
fotografías que llegarán a muchísimos más ojos de los
inicialmente previstos. Sin respeto ni miramientos por el contexto.
Al contrario, aprovechando la carga dramática de las paradojas.
Alguien mira al objetivo con una sonrisa luminosa que desborda vida y
justamente esa instantánea es la que ilustra la noticia de su
muerte. Un millón, dos, tres... de congéneres que jamás reparamos
en su existencia (y viceversa) adquirimos noción de ella cuando ya
es pasado. ¿Con qué derecho?
Eso es, precisamente, lo que decía que
aún no he averiguado. Ni en mi condición del que lo cuenta porque
tal es mi oficio, ni en mi circunstancia de quien lee, escucha o mira
desde el otro lado. Eso hace que me sienta incómodo, igual cuando
soy el narrador que cuando formo parte del público. Mi único
consuelo, que en realidad es una tosca autojustificación, se reduce
a pensar que no seré el único a quien le ocurra. Aunque cada vez me
cuesta más creerlo.
Yo lo tengo muy claro; en cuanto oigo aquello de "historias humanas detrás de la tragedia" cambio de canal.
ResponderEliminarLo que para unos es información, para otros es morbo, y al revés. El límite lo debe poner el lector, oyente o telespectador. En principio no me gusta que nadie decida qué me conviene o no me conviene saber, pero entiendo que puede haber un recorrido. En estos casos prefiero pasarme por exceso que por defecto. Que cada cual decida hasta dónde quiera seguir viendo, escuchando o leyendo.
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