Mirad qué majos salimos. Con esas
sonrisas y esos gestos relajados, nadie diría que lo que estaba
sobre la mesa era la indesmadejable maraña navarra. Seguid mirando,
a ver qué os llama la atención de la foto que nos hizo Juan Miguel
Ochoa de Olza durante la edición especial de Gabon desde las instalaciones del Noticias. ¿Que todos los parlamentarios son
hombres? Sí, a mi también me dio qué pensar, pero no iba por ahí.
¡Ah, ya! ¡Que en el Parlamento hay siete grupos y en la parrapla
solo se ve a seis? Vamos afinando. Ese es el quid principal, que
enseguida quedará aclarado, pero hay otro detallito de la
instantánea que nos ayudará en la explicación. ¿Veis al tío feo
de gafas que lleva auriculares y la mano a la remanguillé? Soy yo,
encantado de conoceros. Ahora, fijaos en la barba: blanca, nívea, es
decir, cana. Sí pasan los años por mi, y de qué manera.
Os preguntaréis qué tiene que ver
envejecer sin delicadeza (Copyright Sabina) con la ausencia en el
debate de uno de los siete grupos —concretamente el llamado
Aralar-Nafarroa Bai— con representación en la cámara foral. Es
algo muy simple: tal vez en los tiempos en que lucía una tez tersa y
suave amén de un entusiasmo juvenil envidiable, me hubiera provocado
algún conflicto de conciencia sacrificar una voz por motivos
puramente técnicos y de logística. Hoy mismo, tan mayor y
escarmentado como os digo que estoy, no habría podido dormir —o
directamente, no habría hecho el programa— si el sacrificio
debiera haber sido el de alguna de las sensibilidades de presencia
impepinable. Siento en el alma decir que en el momento actual, puesto
en la tesitura del descarte obligatorio, hasta el que reparte la
cocacolas hubiera tomado la misma decisión que tomé yo (siempre y
cuando no fuera militante, claro). El grupo destinado a escuchar el
partido desde la grada era de todas, todas, A-NaBai. Por decisión
propia —¡pro-pia!— y legítima, Aralar optó por confluir en la suma de fuerzas de la izquierda abertzale. Salvo que queramos
hacernos trampas al solitario, todos sabemos que lo que para lo
bueno, lo malo y lo regular, lo que se presentó a las elecciones
forales de 2011 como Nafarroa Bai hoy es Bildu y en los próximos
comicios será Euskal Herria Bildu. Si no es así, entonces es que
hay más bacalao del que se ve en el expositor.
Comprendo que cada quien tiene su
corazoncito y que no hay jugador que no esté convencido de que debe
figurar en la alineación inicial. En ese sentido, es lógico —yo
también lo haría— agarrarse un cierto rebote y protestar por la
exclusión. Ahora, tratar de montar una campaña utilizando palabras
mayores como censura, appartheid y otras del pelo es ir
una gotita lejos en el pataleo. Máxime, cuando la salida a la arena
tuitera y facebookera se hace por las bravas, saltándose el mínimo
protocolo social de pegarle un toque telefónico al ser humano bajito
que ha provocado su cabreo. De esta bronca de andar por casa no me
preocupa el fondo, porque realmente no lo hay. Sí me han tocado las
narices las formas. Aritz Romeo, que tiene plaza fija cada jueves en
Gabon, prefirió acollejarme en las redes sociales antes que pedirme
explicaciones o acordarse de mi padre en persona. ¡Que hay
confianza, joder!
Y además de confianza, creo que hay
una trayectoria acreditada por mi parte. Sin dejar de reconocer
meteduras de pata, siempre he procurado ser exquisito con la
biodiversidad política. Hay quien me reprocha, incluso, que me paso
con la escuadra y el cartabón. Estoy casi seguro de que nadie de
Aralar —incluyo a los que han abandonado la militancia— puede tener queja de mi trato. Y me gustaría que en el futuro siguiera
siendo así. Soy muchas cosas, bastantes de ellas no muy agradables,
pero ni de lejos un censor.