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jueves, 5 de julio de 2012

Fnac, Kindle, etc (Conclusión)


Hace unos años, a un amigo se le paró el coche en una calle muy transitada de Santurtzi y no había forma de volver a arrancarlo. Aunque ninguno de los que íbamos a bordo teníamos ni pajolera idea de mecánica, se bajó y procedió como manda el clásico: arriba el capó y a ver qué pasa. Lo que pasó fue lo esperado. En menos de un minuto se arremolinó junto al vehículo una multitud de sabios que empezaron a ladrar diagnósticos que comenzaban con el inevitable latiguillo “Eso va a ser...” seguido del nombre de las más dispares piezas reales o imaginarias. Y esos eran los soportables del grupo. Los peores eran los peritos que concluían que fuera lo que fuera, la culpa era de la negligencia del dueño: desde “Seguro que pisas mal el embrague” a “No me jodas que no llevas unos días notando un ruido raro”, pasando por el demoledor: “¿A quién cojones se le ocurre comprarse un Ibiza, que son todos una mierda?”.

Entre ayer y hoy he vuelto a revivir aquella escena a cuenta de la resucitación vía menéame de la dichosa entrada sobre la semifallida compra de un ebook para mi Kindle en la Fnac. No ha ayudado mucho haber escrito una segunda entrega al respecto, según veo. La procesión de enterados ha sido incesante tanto aquí —donde, por lo menos, puedo moderar— como en la picota pública, donde me tengo que comer con patatas las lecciones de los maestros Ciruela que siguen emperrados en que me he buscado lo que me ha pasado por llevar la minifalda tan corta.

Ahí les den. Me quedo con los que, sin dejar de tirarme de las orejas por mi candidez, aportaban experiencias o reflexiones. Y de entre ellas, destaco una: si se pretende que el ebook termine de prender —que lo hará—, no se puede convertir su uso y mucho menos su compra en el cristo que es actualmente. Puede que para los que tenemos cierto hábito (o vicio), lo de andarse con programas de conversión, formatos y demás nos resulte relativamente sencillo. Sin embargo, intuyo que la mayoría de posibles usuarios, esos que no acaban de dar el paso, encuentran todo esto endiabladamente complicado. Ni los fabricantes de lectores ni los vendedores de contenido ni los que se dedican a lo uno y lo otro se esfuerzan por simplificar el proceso. No creo que tecnológicamente sea imposible conseguir que todo lo que haya que hacer para comprar un título sea conectar el lector, pagar y descargar. O tal vez sí.

[Por cierto, el libro que ilustra la entrada es el que provocó mi abracadabrante periplo. Y bien que merece la pena. Os lo recomiendo en su versión electrónica o en la tradicional.]

miércoles, 4 de julio de 2012

Fnac, Kindle, Ebook... ¡Crash! (II)


La vida te da sorpresas y menéame ni te cuento... Casi me había olvidado de mi bilioso relato de la frustrante compra de un ebook en la Fnac, cuando de pronto me empiezan a llover en la bandeja de entrada mensajes para moderar. Ni idea de cómo o por qué, pero el caso es que exactamente un mes después de mi desfogue, una mano invisible —¡muchas gracias por el detalle!— había dejado el enlace en el superescaparate. Y de ahí, vaya usted a saber siguiendo qué misteriosa lógica, a la portada, con la consiguiente torrentera de comentarios de variado pelaje.

Que viva la libertad de expresión, sí, pero que viva pelín mejor documentada de lo que demuestran algunos de los espontáneos que se echaron al ruedo a opinar sin leer o, directamente, sin tener ni puta idea de qué iba la fiesta. Me empieza a parecer hasta normal que se recorte en Educación, porque por lo visto, vamos sobradísimos de sabios. ¡Y qué modestos! ¡Todos anónimos o con gilinicks para no darse importancia!

Aparte de los que me culpaban por ser tan tarugo de querer pagar por lo que cualquiera puede agenciarse gratis, el argumento que más me ha sobado la bajera es el que se resume en la chusca comparación “es como si tienes un coche diesel y te enfadas porque no funciona con gasolina”. Que no, luminarias, que no. Que yo fui con mi coche Diesel a una gasolinera que juraba —y sigue jurando, porque no lo ha cambiado— que vendía combustible para todos los vehículos del mercado. Si tenías uno de SU marca, repostabas directamente. Si era de otra, lo hacías a través de un conversor u-ni-ver-sal. No se menciona ninguna excepción, a no ser que la expresión “cualquier otro dispositivo” implique alguna salvedad que en mi inmensa estulticia yo no sea capaz de ver. “Cualquier otro dispositivo” sigue queriendo decir “cualquier otro dispositivo”, ¿verdad?

Es más, ni siquiera se habla de formatos porque, de hecho, ni falta que hace. El 99 por ciento de los muchísimos libros que me he leído en mi Kindle eran en origen Epub. Ni medio minuto tarda Calibre en pasarlos a Mobi y dejarlos listos para su disfrute en el aparatejo de Amazon. En la presunta “ayuda” de la Fnac se da a entender que el programa ADE de las narices se encarga de hacer ese trabajito. Ahí reside el engaño.

No me extiendo más. Lo jodido de este episodio es que cualquiera que se esté pensando si merece o no merece la pena pasarse a los lectores electrónicos tendrá la sensación de que es meterse en un berenjenal o que hay que hacerse dos masters. Soy consciente de la poca credibilidad que me queda después de haberme cascado este fárrago, pero puedo prometer y prometo que no es para tanto. Y sería para menos si no hubiera chiringos morrudos como Amazon o la Fnac... ni listillos que se piensan que deberían trabajar en Silicon Valley porque saben decir Epub, DRM y Calibre.

Mi inmensa gratitud al resto de comentaristas, la mayoría, que han tratado de aportar su visión y su experiencia sin ánimo aleccionador.

domingo, 3 de junio de 2012

Fnac, Kindle, Ebook... ¡Crash!


Algo me dice que esta entrada se va a parecer a un testamento, así que para evitaros una pérdida innecesaria de tiempo, os apunto desde ya mismo el mensaje principal. Muy simple: si tenéis un Kindle, ni se os ocurra comprar un libro electrónico en Fnac. Disponéis de todos los boletos para no poder leerlo en el dispositivo... salvo que os embarquéis, como tuve que hacer yo —ahora os cuento— en un viaje por los extrarradios del hackeo. Quiere uno ir de legal y pagar por el trabajo creativo y no le dejan. Lo he vuelto a comprobar con la experiencia que os cuento en las próximas líneas. Si os sirve para escarmentar en carne ajena, daré por bien empleados los12 euros y pico regalados a la infecta cibertienda y el berrinche correspondiente.

Empiezo con los antecedentes. Tras mi primer fiasco en la galaxia ebook, del que me desahogué aquí mismo, hice lo que (casi) todo el mundo me recomendaba: ir directamente a por un Kindle. Bendita la hora en que llegó a mis manos el aparato. Ligero (y eso que es la versión tocho, que ya no venden), relativamente sencillo de manejar, rápido, con una visibilidad apta para Rompetechos, una batería que dura veinte días a todo trapo... Todo ventajas, salvo algo que me molesta muy profundamente: la puñetera exclusividad de su formato, que te condena a proveerte de material de lectura (hablo del de pago) casi exclusivamente a través de Amazon. Y para más inri, lo adquirido sólo puedes verlo en los Kindle que tengas religiosamente registrados. Los monopolios no declarados me tocan las pelotas. Y si encima van de guays como estos o los de la manzanita chachipiruli del mesías difunto, mucho más.

Dispuesto a la rebelión después de haber pasado varias veces por el aro, decidí que el próximo libro electrónico me lo compraría fuera de la cárcel amazónica. No sospechaba que me huida de Málaga terminaría en Malagón, es decir, en la Fnac. ¿Por qué ahí, si ya una vez habían intentado colocarme como nuevo un disco duro que estaba repleto de películas pirateadas? Supongo que porque no aprendo ni a tiros, o porque no está tan mal el 5% de descuento a los socios en los libros de papel, o porque soy un vago y era lo que tenía más a mano.

Total, que ahí me planté todo ufano en la web, me abrí una cuenta en su subapartado eBooks —¿por qué no les vale con la general, la de socio?—, localicé el título que buscaba, comprobé que estaba disponible para ser transferido a dispositivos diferentes a de la marca Fnac y, finalmente, clické en el botón de compra. Tras pagarlo, sólo quedaba descargar el archivo... y el programa necesario para su (presunta) transferencia a otro lector, el Adobe Digital Editions a cuyo creador confunda Belcebú. En cinco minutos estaría disfrutando plácidamente de mi libro con una cervecita al lado. Eso me creía yo con mi candidez habitual.

Me escamó de entrada que el fichero de un tocho de cuatrocientas páginas ocupara 2 tristes Kb, se llamara URLLink y tuviera por extensión la sopa de letras acsm. Tampoco me gustó nada que el Adobe Digital Editions (a partir de ahora, ADE), me obligara a registrarme para proporcionarme la ID única que me permitiría leer material registrado. Pero lo verdaderamente frustrante fue comprobar que al conectar mi Kindle al ordenador, el tal ADE se hiciera el orejas. Según sus instrucciones, bastaba chutar el bicho en el USB correspondiente. Tararí. A ver si he hecho algo mal: ciero el programa, vuelvo a abrirlo, conecto... y nada. Cambio de USB y nada. Reinicio el ordenador y nada. Es entonces cuando me voy a google, tecleo no me acuerdo qué y caigo del guindo: no soy el primer pardillo al que le pasa. No sé si por culpa de Adobe o de Amazon, pero el caso es que el Kindle es invisible. No way.

Ya, sí, claro. Sé lo que me vais a decir: que la solución se llama Calibre. Yo también beso los bits que pisa ese programa, pero hay dos problemas. El primero es que, como os había dicho, el archivo que me bajé no era el libro en sí, sino una especie de billete para llegar hasta él. El infecto ADE se encarga de ocultar el verdadeo Epub en las tripas del disco duro. Una vez llegas hasta él, te encuentras con la segunda faena: tiene un DRM como una catedral. O sea, que cuando lo arrastras al Calibre e intentas convertirlo, te aparece una ventanita diciéndote que lo siente mucho, pero que es un programa muy decente y no puede quitar el cerrojo. Ni siquiera te deja abrirlo en el ordenador.

¿Solución? La que os imagináis. Otra vez a google para llegar a una de esas páginas donde te cuentan qué necesitas y dónde puedes obtenerlo para “despiojar” el dichoso DRM. Procedes rezando para que lo que te bajes no sea un ángel del averno que convierta en gelatina tu disco duro y un par de reinicios después ya has conseguido, unos pluggins mediante, que el Calibre se pase por el forro sus principios. El Epub es tuyo del todo y puedes convertirlo al Mobi que te acepta el Kindle. Pero la cervecita se ha calentado y se te han pasado las ganas de leer. Sólo te queda una inquina infinita contra la Fnac por haberte vendido algo que a ciencia cierta sabe que no te servirá para absolutamente nada... a no ser que estés dispuesto a dedicar hora y media en convertir en teóricamente ilegal algo que habías comprado legalmente. Y luego dicen que el pescado está caro.

domingo, 24 de abril de 2011

Avant bq, pésima elección


Estaba escrito que el final sería así. Lo que veis en la imagen es lo que queda de mi fastuoso lector electrónico Avant bq. No ha llegado ni a cuatro meses de vida... de mala vida para mi. Cuelgues continuos, caprichosos cambios de paginación, batería que duraba medio suspiro y te dejaba a dos velas tres líneas antes de descubrir al asesino... Una mierda sin matices, para entendernos. He hecho compras desastrosas y catastróficas, pero ninguna como esta, que yo recuerde. Y aún así, mirad lo que os digo, soy capaz de encontrarle el lado positivo al fiasco.
Sí, porque a pesar de todas las faenas (o sea, putadas) que me ha ido haciendo el infame bicho, no ha impedido que en estas semanas haya leído lo que en los dos últimos años completos. Hablo, claro, de lecturas sosegadas, placenteras y voluntarias, no de los diferentes truños o de las miles de páginas que me tengo que tragar casi siempre por motivos laborales. Conclusión: ha fallado el modelo concreto, no el ereader como artilugio y, mucho menos, como concepto. Ahora tengo claro que un aparato que funcione tiene que ser la bendición que asegura la mayoría de quienes lo han probado.
Como no era cuestión de llorar las penas de Murcia ni ando con ganas de meterme en una pelea con el vendedor tipo Don Erre que erre de las mías, he optado por la directa y ya he encargado el siguiente. Salvo que haya vuelto a meter la pata gloriosamente en la elección, sé que a final del verano lo habré amortizado con creces. Y si no, me pego otro desahogo como este.
A quienes hayáis puesto los ojos sobre esto espero que os sirva como escarmiento en carne ajena.