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martes, 30 de julio de 2013

Hasta dónde contar

Nadie ha sabido explicarme ni yo he sido capaz de descubrir qué meridiano separa el interés humano del morbo zafio y ramplón. ¿Dónde acaba lo que es razonable querer conocer y dónde comienza la curiosidad malsana, el cotilleo indecente, la invasión procaz de la intimidad ajena? Nombre (¿Con uno, dos apellidos? ¿Oculto tras unas iniciales?), edad, profesión, procedencia (¿Siempre?)... A primera vista, es lo obvio, lo básico, lo imprescindible. Con menos no dices nada, y aun así ya habría quien podría porfiar que has dicho más de la cuenta. Seguir avanzando es, con alta probabilidad, transitar por donde no se tiene permiso: qué le había traído al lugar que le hizo dejar de ser anónimo o anónima, quién lo (la) acompañaba, quién lo (la) esperaba, de quién se había despedido. Y su aspecto, claro, que vivimos en la era de la imagen. Hoy, además, eso es muy fácil porque cuando no sospechamos que algún día hablarán de nosotros (y no por algo bueno), vamos dejando pelos, señales... y por supuesto, fotografías que llegarán a muchísimos más ojos de los inicialmente previstos. Sin respeto ni miramientos por el contexto. Al contrario, aprovechando la carga dramática de las paradojas. Alguien mira al objetivo con una sonrisa luminosa que desborda vida y justamente esa instantánea es la que ilustra la noticia de su muerte. Un millón, dos, tres... de congéneres que jamás reparamos en su existencia (y viceversa) adquirimos noción de ella cuando ya es pasado. ¿Con qué derecho?

Eso es, precisamente, lo que decía que aún no he averiguado. Ni en mi condición del que lo cuenta porque tal es mi oficio, ni en mi circunstancia de quien lee, escucha o mira desde el otro lado. Eso hace que me sienta incómodo, igual cuando soy el narrador que cuando formo parte del público. Mi único consuelo, que en realidad es una tosca autojustificación, se reduce a pensar que no seré el único a quien le ocurra. Aunque cada vez me cuesta más creerlo.

jueves, 25 de julio de 2013

No sé nada

Y hoy tampoco sé nada. O casi. Apenas que no existe la certeza de acabar el día que se empieza. Que seguramente es mejor no pensar en ello demasiado. Solo el instante preciso que te permita saberlo, tenerlo presente, actuar en consecuencia. Pero no durante uno o dos minutos después de la toma de conciencia. Todo el tiempo. Para que el último suspiro no te encuentre desprevenido. Para tener la convicción de haber vivido justo en el recodo del camino en que vayas a dejar de hacerlo. Para que alguien pueda acariciar tu recuerdo, pellizcarlo, abrazarlo como si aún estuvieras ahí.

viernes, 22 de marzo de 2013

Yo, el censor


Mirad qué majos salimos. Con esas sonrisas y esos gestos relajados, nadie diría que lo que estaba sobre la mesa era la indesmadejable maraña navarra. Seguid mirando, a ver qué os llama la atención de la foto que nos hizo Juan Miguel Ochoa de Olza durante la edición especial de Gabon desde las instalaciones del Noticias. ¿Que todos los parlamentarios son hombres? Sí, a mi también me dio qué pensar, pero no iba por ahí. ¡Ah, ya! ¡Que en el Parlamento hay siete grupos y en la parrapla solo se ve a seis? Vamos afinando. Ese es el quid principal, que enseguida quedará aclarado, pero hay otro detallito de la instantánea que nos ayudará en la explicación. ¿Veis al tío feo de gafas que lleva auriculares y la mano a la remanguillé? Soy yo, encantado de conoceros. Ahora, fijaos en la barba: blanca, nívea, es decir, cana. Sí pasan los años por mi, y de qué manera.

Os preguntaréis qué tiene que ver envejecer sin delicadeza (Copyright Sabina) con la ausencia en el debate de uno de los siete grupos —concretamente el llamado Aralar-Nafarroa Bai— con representación en la cámara foral. Es algo muy simple: tal vez en los tiempos en que lucía una tez tersa y suave amén de un entusiasmo juvenil envidiable, me hubiera provocado algún conflicto de conciencia sacrificar una voz por motivos puramente técnicos y de logística. Hoy mismo, tan mayor y escarmentado como os digo que estoy, no habría podido dormir —o directamente, no habría hecho el programa— si el sacrificio debiera haber sido el de alguna de las sensibilidades de presencia impepinable. Siento en el alma decir que en el momento actual, puesto en la tesitura del descarte obligatorio, hasta el que reparte la cocacolas hubiera tomado la misma decisión que tomé yo (siempre y cuando no fuera militante, claro). El grupo destinado a escuchar el partido desde la grada era de todas, todas, A-NaBai. Por decisión propia —¡pro-pia!— y legítima, Aralar optó por confluir en la suma de fuerzas de la izquierda abertzale. Salvo que queramos hacernos trampas al solitario, todos sabemos que lo que para lo bueno, lo malo y lo regular, lo que se presentó a las elecciones forales de 2011 como Nafarroa Bai hoy es Bildu y en los próximos comicios será Euskal Herria Bildu. Si no es así, entonces es que hay más bacalao del que se ve en el expositor.

Comprendo que cada quien tiene su corazoncito y que no hay jugador que no esté convencido de que debe figurar en la alineación inicial. En ese sentido, es lógico —yo también lo haría— agarrarse un cierto rebote y protestar por la exclusión. Ahora, tratar de montar una campaña utilizando palabras mayores como censura, appartheid y otras del pelo es ir una gotita lejos en el pataleo. Máxime, cuando la salida a la arena tuitera y facebookera se hace por las bravas, saltándose el mínimo protocolo social de pegarle un toque telefónico al ser humano bajito que ha provocado su cabreo. De esta bronca de andar por casa no me preocupa el fondo, porque realmente no lo hay. Sí me han tocado las narices las formas. Aritz Romeo, que tiene plaza fija cada jueves en Gabon, prefirió acollejarme en las redes sociales antes que pedirme explicaciones o acordarse de mi padre en persona. ¡Que hay confianza, joder!

Y además de confianza, creo que hay una trayectoria acreditada por mi parte. Sin dejar de reconocer meteduras de pata, siempre he procurado ser exquisito con la biodiversidad política. Hay quien me reprocha, incluso, que me paso con la escuadra y el cartabón. Estoy casi seguro de que nadie de Aralar —incluyo a los que han abandonado la militancia— puede tener queja de mi trato. Y me gustaría que en el futuro siguiera siendo así. Soy muchas cosas, bastantes de ellas no muy agradables, pero ni de lejos un censor.

domingo, 16 de enero de 2011

Ebook, ¿esto era?

Creía que había sido una decisión meditada, pero veo que me precipité. Esperaba más, bastante más, muchísimo más, del dichoso ebook. O tal vez, a la inversa: no esperaba tan poco. Se supone que es lo último de lo último, tecnología en estado puro... y resulta que canta a retro que es un gusto. Es decir, un disgusto.

Esmirriado, pequeñajo para leer con comodidad pero a la vez armatoste para llevarlo de aquí para allá, con pinta de que se va a descuajeringar en cuanto le caiga una pestaña encima, en un blanco y gris con menos contraste que una Telefunken de 1953... y caro. 199 euros del ala he tirado a la nada por este Avant bq que -sospecho- sólo utilizaré por cabezonería para releer los clásicos en su pobretona tinta electrónica.

Que por lo menos sirva como escarmiento en carne ajena. No dudo que dentro de muy poco algo parecido a esto será el standard para leer. Repito: "algo parecido". Al artilugio le queda mucho colacao que tomar todavía. Si no habéis picado como yo, dejadlo estar. Ahora mismo es ortopedia pura.

viernes, 24 de diciembre de 2010

Calle sin luz

La mayoría de los que caéis por aquí ya conocéis mi querencia por encontrarme en las canciones. No por buscarme, ojo, que son ellas las que me salen al paso para demostrarme que mi vida es el remedo de muchas más y que ya está contada -y cantada- a trozos. Un patchwork sonoro. No soy más que eso. Ni aspiro a serlo.

El penúltimo topetazo con mis fantasmas descritos con música y letra ajenas fue el martes. Bajábamos mi resignación y yo por el eternamente atascado tercer carril de Sabino Arana. Una parte de mi cerebro se ocupaba a turnos de los semáforos y de los listos que meten el morro de su Audi por donde no cabe un suspiro. Con la otra, trataba de seguir la conversación de Begoña Beristain y Julen Arriandiaga con Carlos Tarque, líder de M-Clan, que el lunes y el martes volverán a llenar el Antzoki. La tristeza por la reciente muerte del histórico bajista de la banda Pascual Saura, la ilusión que le hace tocar en una ciudad que guarda algunos secretos inconfesables, el par de pitillos sin mayor mensaje que se encienden en la portada del último disco, y en la despedida, Calle sin luz, con la explicación de los últimos seis meses de mi vida: "Quiero que sepas que ya no voy a parar, porque hasta aquí llegué. Donde estoy ahora es donde quiero estar".

sábado, 11 de diciembre de 2010

Un pollín el día de la fiesta

Sería el año 78 o 79. En Televisión Española, la única que existía en estos pagos, había un programa de economía didáctica llamado El canto de un duro. Igual que hacen hoy España Directo y sus fotocopias autonómicas -todo está inventado-, los reporteros del espacio se presentaban cual misioneros catódicos o, más bien, cazadores de paletos, en pueblos donde por entonces era todo un acontecimiento que llegara una cámara.

Movidos por una mezcla de paternalismo y amarillismo, que también estaba al cabo de la calle en la época, un equipo del programa llegó a una localidad de la aún llamada región leonesa donde pensaban que encontrarían ese subdesarrollo tan telegénico, especialmente en el blanco y negro de aquellos años. La sorpresa fue que aquel lugar, sin ser Beverly Hills, tenía un aspecto medianamente aseado y que sus habitantes, avisados de que "venían los de la tele" por el pregonero, se habían vestido con sus mejores galas. Gran faena: ni casas de adobe caídas, ni calles sin asfaltar embarradas, ni lugareños con la ropa raída. ¿Iba la realidad a jorobar el emotivo documental sobre el secular atraso rural?

De ninguna manera. Las cámaras empezaron a enfocar aquí y allá, mientras el periodista acercaba el micrófono a los felices vecinos, que desconocían que estaban contando a la nada lo maravilloso que era su terruño. Como nadie sabía cómo funcionaban esos aparatos, ninguno notó que el motor no había empezado a funcionar. Cuando se vio que la farsa estaba colando, llegó el momento de tomar las imágenes y los testimonios que el equipo había ido a buscar. Se localizó al que vieron con mayor entusiasmo colaborador, lo plantaron delante de un corral a punto de venirse abajo y le dijeron las palabras que debía repetir mirando al objetivo.

Más de treinta años después, aún se recuerda en ese pueblo el pasmo, la rabia y la vergüenza infinita que sintieron al ver, reunidos frente a una de las pocas televisiones del término municipal, el programa. Según la voz en off, el corral infecto era un local que hacía las veces de ayuntamiento y consultorio médico en aquel lugar dejado de la mano de Dios y del progreso. Para rematar el espanto, el rostro conocido por todos de uno de los vecinos con la billetera más abultada, le decía a la cámara con voz trémula: "Aquí es que somos todos muy pobres. Suerte, si podemos matar un pollín el día de la fiesta".

Coda: Aunque no lo parezca ni remotamente, esta anécdota pretende explicar mis discutidas opiniones sobre el asunto de los controladores aéreos.
(La foto es de mi santa padecedora, que conoce mejor que yo la historia que he contado)