Y hoy tampoco sé nada. O casi. Apenas
que no existe la certeza de acabar el día que se empieza. Que
seguramente es mejor no pensar en ello demasiado. Solo el instante
preciso que te permita saberlo, tenerlo presente, actuar en
consecuencia. Pero no durante uno o dos minutos después de la toma
de conciencia. Todo el tiempo. Para que el último suspiro no te
encuentre desprevenido. Para tener la convicción de haber vivido
justo en el recodo del camino en que vayas a dejar de hacerlo. Para
que alguien pueda acariciar tu recuerdo, pellizcarlo, abrazarlo como
si aún estuvieras ahí.
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