Supongo que me lo he ganado a pulso.
Solo a mi se me ocurre dedicar la última columna antes de las vacaciones a un asunto de esos en los que es mejor no llevar la
contraria a los poseedores de la verdad. ¿A uno he dicho? En
realidad eran dos los charcos que pisaba en el mismo puñado de
líneas, y ambos, hay que ser bruto, lejanos a la ortodoxia. Por un
lado estaba el cenagal de los tratamientos de fertilidad y por otro,
el despeñadero de los linchamientos a según quién, que es por
donde enfilaré este apunte aclaratorio. Sobre lo primero, aún tengo
unas cuantas ideas que poner a enfriar...
No me gustan las lapidaciones. Ni
siquiera las dialécticas. Me da igual que la víctima sea Ada Colau,
el maquinista del Alvia o una ministra del PP. Sí, aunque no sienta
por ella la menor simpatía, aunque esté convencido de que es una
calamidad, aunque me provoquen vergüenza ajena sus decisiones y sus
declaraciones. Llego a entender la crítica mordaz, la carga de
profundidad, incluso una rociada verbal de racimo acorde a cargo,
nulidad y sueldo. Hay testigos de que me he sumado en más de un caso
a prácticas como esas. Pero me detengo en cuanto empiezo a percibir
ojos inyectados en sangre y competiciones por ver quién es el más
despiadado. Ahí pierde sentido el objetivo inicial. El fondo se va
al carajo en beneficio de las formas... de las malas formas, las que
no distinguen arre de so, las que bendicen insultos machistas,
sobradas basadas en el aspecto físico o cualquier garrulez de las
que en otras circunstancias nos harían saltar al cuello de quienes
las profieren.
Hace un par de días, Iñigo Sáenz de
Ugarte clamaba en eldiario.es con toda la razón del mundo contra las tundas mediáticas. Comparto la reflexión de la cruz a la raya, pero
no serviría de nada que lo hiciera si en la misma frase —esta—
no añadiera que la validez de esa denuncia está sujeta a su
universalidad. No caben excepciones por afinidades. También cuando
las cacerías son sobre quienes nos caen antipáticos deberíamos
pedir templanza y, desde luego, bajarnos en marcha de la cuadrilla de
acollejamiento. Es una cuestión ética o deontólogica, por
descontado, pero como ya sé que eso se la trae al pairo a más de
quince, anoto que también hay un propósito pragmático. Hay quien
desea y celebra que cualquier materia de debate se reduzca a refriega
en territorio embarrado porque ahí están seguros, como poco, de
empatar. Y suelen ganar porque a fuerza de amos y años de
entrenamiento, son expertos en juego sucio. Su gran logro de un
tiempo a esta parte es haber conseguido tener enfrente a unos tipos
tan cerriles como ellos. ¿Una prueba? El modelo de tertulia de la
TDT se ha extendido a los canales convencionales. Lo de menos es el
qué. Gana quien más grita, quien más insulta, quien más manipula,
quien más pico demuestra. Pensemos por un minuto si esa es la
defensa más adecuada de nuestros argumentos.
Me sé excepción y hasta bicho raro.
Sigo creyendo en lo que digo y escribo, sin perder jamás de vista
que puedo estar equivocado o que lo que postulo tiene opciones de ser
solo una parte infinitesimal de la verdad. En cualquier caso, y
aunque también voy al límite con los adjetivos de punta, no me sale
de las narices ir por sistema a la tibia del contrario. Por mucho que
se llame Ana Mato.
La otra cuestión, la de los
tratamientos de fertilidad, la dejamos para el siguiente apunte.
El problema (o uno de ellos) es que aunque tengas la boca llena de razón, aunque tus argumentos sean los más sólidos del mundo, en cuanto pierdes los papeles pierdes la credibilidad. Y si tu contrincante dialéctico es lo suficientemente hábil y anda escaso de otros mejores, no necesitará más argumento para salir triunfante. Por eso pienso que quien usa el insulto y la descalificación personal como forma de argumentación, de entrada no tiene mayor interés en defender ninguna idea. Se conforma con el aplauso jojojo de acólitos o con el retuit fácil y evidentemente no aportan nada a la discusión.
ResponderEliminarEspero con mucho interés tu punto de vista sobre tratamientos de fertilidad y el derecho (¿?) a tener hijos. Últimamente es un tema recurrente en mi entorno y me siento nota discordante…