Hace unos años, a un amigo se le paró
el coche en una calle muy transitada de Santurtzi y no había forma
de volver a arrancarlo. Aunque ninguno de los que íbamos a bordo
teníamos ni pajolera idea de mecánica, se bajó y procedió como
manda el clásico: arriba el capó y a ver qué pasa. Lo que pasó
fue lo esperado. En menos de un minuto se arremolinó junto al
vehículo una multitud de sabios que empezaron a ladrar diagnósticos
que comenzaban con el inevitable latiguillo “Eso va a ser...”
seguido del nombre de las más dispares piezas reales o imaginarias.
Y esos eran los soportables del grupo. Los peores eran los peritos
que concluían que fuera lo que fuera, la culpa era de la negligencia
del dueño: desde “Seguro que pisas mal el embrague” a “No me
jodas que no llevas unos días notando un ruido raro”, pasando por
el demoledor: “¿A quién cojones se le ocurre comprarse un Ibiza,
que son todos una mierda?”.
Entre ayer y hoy he vuelto a revivir
aquella escena a cuenta de la resucitación vía menéame de la
dichosa entrada sobre la semifallida compra de un ebook para mi
Kindle en la Fnac. No ha ayudado mucho haber escrito una segunda
entrega al respecto, según veo. La procesión de enterados ha sido
incesante tanto aquí —donde, por lo menos, puedo moderar— como
en la picota pública, donde me tengo que comer con patatas las
lecciones de los maestros Ciruela que siguen emperrados en que me he buscado lo que me ha pasado por llevar la minifalda tan corta.
Ahí les den. Me quedo con los que, sin
dejar de tirarme de las orejas por mi candidez, aportaban
experiencias o reflexiones. Y de entre ellas, destaco una: si se
pretende que el ebook termine de prender —que lo hará—, no se
puede convertir su uso y mucho menos su compra en el cristo que es
actualmente. Puede que para los que tenemos cierto hábito (o vicio),
lo de andarse con programas de conversión, formatos y demás nos
resulte relativamente sencillo. Sin embargo, intuyo que la mayoría
de posibles usuarios, esos que no acaban de dar el paso, encuentran
todo esto endiabladamente complicado. Ni los fabricantes de lectores
ni los vendedores de contenido ni los que se dedican a lo uno y lo
otro se esfuerzan por simplificar el proceso. No creo que
tecnológicamente sea imposible conseguir que todo lo que haya que
hacer para comprar un título sea conectar el lector, pagar y
descargar. O tal vez sí.
[Por cierto, el libro que ilustra la entrada es el que provocó mi abracadabrante periplo. Y bien que merece la pena. Os lo recomiendo en su versión electrónica o en la tradicional.]
Hola Javier. Había leído parte de tus comentarios anteriores sobre este tema y hoy he vuelto a pensar en ello al leer esto: "No tiene protección anticopia: si queréis piratearlo, es muy fácil; si el libro os gusta y decidís echar una mano a nuestro trabajo por un par de eurillos, también es fácil." de un tipo con mucho carisma que se llama Ander Izagirre y que ha escrito un libro que me interesaba llamado "Groenlandia cruje" (http://gentedigital.es/comunidad/anderiza/2012/05/07/groenlandia-cruje-ya-a-la-venta/).
ResponderEliminarQuizá sea este el futuro de la literatura digital.
Me gusta tu estilo. Un saludo.
Ahí le has dao. Yo no soy lo que se dice una zoquete tecnológica, pero hasta que no lo vea clarito, no me animo. Besos.
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