No tenía ni mal concepto ni malas
referencias de Joan Coscubiela. Más allá del vicio compartido con
otras señorías de tirarse por el tobogán demagógico y sobreactuar
ante los focos, encontraba muy sensatas algunas de las cosas que
decía. Lo contaba, de hecho, entre las tres docenas de diputados y
diputadas del Congreso que, siglas aparte, siento que me representan.
Ya no.
¿Porque me ha llamado inquisidor y español, dejando entrever que para él uno y otro término son
equivalentes en carga despectiva? Qué va. Eso solo me ha provocado
cierta sorpresa. No esperaba semejante atención ni en ese tono de un
político electo, sin más. La decepción venía de un tuit anterior
que copio y pego manteniendo ortografía y gramática:
“Con pesar le he dicho a periodista joven: "Que duro, estudiar Ciencias de la Información para que Jefe te envíe a preguntar sobre gintónics"
Cuántas cosas pueden llegar a revelar
unos pocos caracteres. Anoto, en primer lugar, la condescendencia
innecesaria. Parece que estuviera perdonándole la vida a quien le
formuló la molesta pregunta sobre sus privilegios. Y luego, la
alusión al supuesto encargo del jefe para que le buscara las
cosquillas. Tal vez a alguien que come de la disciplina de partido,
es decir, de la sumisión perruna a una ejecutiva que le marca el
carril, le pueda parecer extraño que los periodistas —jóvenes,
veteranos o de mediana edad— hagan preguntas por iniciativa propia.
Pero a veces es así, excelencia Joan. No niego que hay ocasiones en
que los plumillas actúan en comisión de servicio o preguntan por
persona interpuesta, pero en el caso que nos ocupa no había ninguna
necesidad. Hasta el más novel de los reporteros destacados en el
domicilio putativo de la soberanía popular tenía claro ayer que
había que interpelar a los culiparlantes por los precios de la cafetería. Mal que le pese al escañista de la Izquierda (ejem)
Plural (ejem, ejem), era el asunto del día.
Y ahí llegamos a otro aspecto
altamente ilustrativo. Que Coscubiela no sea capaz de ver que la
cuestión del pimple con descuento había pasado en la calle de
anécdota a categoría —algo he escrito sobre ello— confirma las
sospechas y las denuncias: hay políticos que viven en otro mundo, en
ese mundo donde no hay que llevarse la mano al bolsillo para casi
nada. Ayer en los bares de precio normal, en los ascensores, en las
máquinas de café y en las colas del paro el gran tema de
conversación de los sufridos plebeyos eran las tarifas del bebercio
en la cantina de la (mal) llamada cámara baja. Después, en esos
ratos de autoflagelo postizo, saldrá con la cantinela de la
desconexión entre la ciudadanía y los pisamoquetas, no te jode. Sí,
pisamoquetas, aguerrido portavoz de sí mismo: usted ha dejado muy
claro que es uno de ellos.
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