domingo, 7 de abril de 2013

Todos somos inocentes... menos algunos


Le tenía ganas a La tentación de la inocencia de Pascal Bruckner, pero en todas las librerías donde preguntaba se me encogían de hombros. Lógico, teniendo en cuenta que su primera edición data de 1996. La solución estaba —cómo no había caído antes en ello— en las librerías de viejo de internet, concretamente en La Candela de Murcia, que me sirvió un ejemplar en perfecto estado en un abrir y cerrar de ojos. No será la última vez, intuyo.

¿Mereció la pena la búsqueda y captura? Diría yo que sí, aunque apresurándome a apostillar que discrepo sin matices de muchas de las ideas que su autor vierte torrencialmente a lo largo de casi trescientas páginas. Hay momentos en los que se sube a la parra del erudito que está de vuelta de todo y, francamente, es inevitable bostezar, ponerse a la defensiva o limitarse a leer con paciencia hasta el siguiente fragmento que te diga algo. Como se dispensa en pildoritas, siempre acaba apareciendo un detalle u otro que capta tu interés y te hace darle un par de vueltas... o media docena. ¿No es eso lo que buscamos en los libros? Servidor, por lo menos, sí, y en esta obra iba sobre seguro, porque desde las reseñas previas sabía que la idea central, sintetizada en el título, encajaba como un guante en una de mis obsesiones recurrentes. Hela aquí en palabras de Bruckner:

“Llamo inocencia a esa enfermedad del individualismo que consiste en tratar de escapar de las consecuencias de los propios actos, a ese intento de gozar de los beneficios de la libertad sin sufrir ninguno de sus inconvenientes. Se expande en dos direcciones, el infantilismo y la victimización, dos maneras de huir de la dificultad de ser, dos estrategias de la irresponsabilidad bienaventurada. En la primera, hay que comprender la inocencia como parodia de la despreocupación y de la ignorancia de los años de juventud; culmina en la figura del inmaduro perpetuo. En la segunda, es sinónimo de angelismo, significa la falta de culpabilidad, la incapacidad de cometer el mal y se encarna en la figura del mártir autoproclamado”.

¿Cómo? ¿Ya estamos otra vez con la martingala de que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades? Ciertamente, no, salvo que se tome con carácter retroactivo o como profecía, pues vuelvo a recordar que el texto tiene casi veinte años. Se escribió en los albores de esa época de presunta bonanza que, sabiéndola perdida, tanto se añora y se recrea mejor de lo que fue. Es decir, ya apuntábamos maneras de lo que el tiempo ha confirmado. Y aquí me detengo para evitar la crucifixión.... aunque sé que no lo lograré.

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