jueves, 9 de diciembre de 2010

El destino de Cristina E.

Hay historias letalmente previsibles. Basta leer la primera línea o ver la escena inicial para tener la absoluta certeza de cómo acabarán. La única incógnita es el tiempo que tarda en llegar el ineludible desenlace. A veces, sólo unas horas. En ocasiones, décadas. Y cuando se cumple el destino, los espectadores se preguntan si estuvo en su mano cambiar el curso de los acontecimientos. La respuesta suele ser que no. Sólo queda la rabia, que generalmente se empieza a disolver al pasar de página. A los más próximos les aguarda el dolor y el vacío.

El lunes en que fue asesinada Cristina Estébanez fue otro día morado. Ya escribí que todos lo son. También los que transcurrieron entre el minuto en que entró en su vida su verdugo y la hora en que la mató porque no quiso ser suya. Como color complementario, el amarillo que utilizó más de un cronista. Dicen que todo esto lo cambiará la educación-en-valores. Claro, cómo no.

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